Juan Claudio Cifuentes, El Cifu: “Con el jazz tuvimos, como en todo, un retraso de 40 años con respecto a toda Europa”
Marta Ramón
divendres
Es uno de los emblemas del jazz en España,
tanto por edad como por experiencia. Su voz ha contado la historia de
este género desde hace más de cuarenta años a través de la radio, la
tele y el papel. E inevitablemente, él ya forma parte del relato.
Le encanta hablar. Es incansable. El bigotillo blanco que le pinta el
labio habla con él. Incluso ya, de tanto escuchar, tiene swing. Está
mayor, pero lo disimula muy bien. Y es que la voz y el carácter son los
mismos que cuando era barba morena lo que tenía, y también pelo. El Cifu
se acaba de ventilar casi dos horas de conferencia sobre los
trompetistas de la historia del jazz y todavía le queda lengua: "me
aficioné al jazz porque de pequeñito, con nueve o diez años, había un
programa de jazz en la radio que yo escuché un día y me hizo gracia. Ya
sabes, cuando oyes algo que te gusta, que te engancha y todas las
semanas sintonizas". Así, uno se lo supone como al niño de Días de radio
(Woody Allen, 1987), con el bicho siempre en marcha de aquí para allá.
El París de los años cuarenta lo vio nacer y le llovió jazz. Sus
padres tenían un gramófono antiguo en casa, lo recuerda haciendo una
demostración de la escena de infancia dándole vueltas a una manivela
imaginaria. Su padrino sabía que quería escuchar discos y a los once le
hizo el regalo que detonaría las horas y horas de jazz que muchos
disfrutarían después a través de él: "me regaló lo que entonces se
llamaba electrophone, como una maleta con dos botones. Venía con un
disco de jazz, la banda sonora de la película la historia de Glenn
Miller que protagonizaba James Stewart. Todos los grandes éxitos de
Glenn Miller... me lo escuché cerca de cuatro millones de veces, porque
no tenía otro, hasta que me lo sabía de memoria al revés".
Juan Claudio Cifuentes habla de aquellos años como si poco tiempo
hubiera pasado. Porque él es joven. Igual que cuando hacía sus primeros
pinitos sentado en la batería de un grupo de Dixieland. Toma pose, abre
un poco las piernas y simula una pauta rítmica- "tun cutun tun cu tucu
cutun"-. Iban a tocar a los bailes de fin de curso con el liceo de
chicas y no es que fuera específicamente maravilloso, según dice, pero
algo hacía. Allí aprendería a tocar la batería y a ser el galán que es.
El Cifu es un caballero menudo y resultón cuando va vestido de negro. Se
adelanta unos pasos para abrir la puerta y se dirige a ti con un amable
'señorita' que intercambia de vez en cuando por tu nombre bien
aprendido para demostrar que te tiene en cuenta. También sabe cómo
piropear de forma simpática. El Cifu es un chaval.
"En Francia se podía alquilar un instrumento, ibas a una casa de
instrumentos musicales, pagabas un depósito al mes. Yo tenía la batería
alquilada. Pero, claro, llegué a España y se acabó el tema. Llegué aquí,
fui a una tienda de música en Madrid y les pregunté '¿alquilan ustedes
baterías?' y me miraron como si fuera un extraterrestre porque no sabían
lo que era eso. Y me dijeron 'no, si usted quiere una batería tiene que
comprarla'. Bueno, en el año 61 30.000 pelas era un dinero que yo no
iba a ver en años. Así que imposible", se desprende la desilusión que
todavía le genera ese recuerdo, un sentimiento que sabe todo músico que
ha de pasar un tiempo sin tocar. La indignación de Cifuentes está ahora
asumida como anécdota, aunque el eco que resuena en la risilla con la
que explica aquel Madrid de los años 60 da a entender que en su día
estuvo jodido: "en la Facultad pregunté si había actividades musicales,
porque en Francia en la Facultad de Derecho- en la que hice un curso
antes de venir a España- había una orquesta de jazz. Y me dijeron 'sí,
sí, hay actividades musicales, ahí al fondo del pasillo a la derecha'.
Abrí la puerta y era la tuna. Aquello fue la segunda frustración de lo
que podría haber sido mi carrera de músico".
Pero Cifuentes, presumiblemente tozudo y persistente, necesitaba jazz
y finalmente consiguió enterarse de que en el barrio Salamanca había un
club: "me dijeron del Whiskey Jazz Club e inmediatamente busqué dónde
estaba. Allí me encontré con Tete Montoliu. Aquella noche me hice amigo
de Tete para siempre. Y así, bueno, por lo menos tenía jazz. Venía gente
maja".
Al recordar aquellos años de la nada le suben los colores y su
indignación se torna ácida: "en la década de los 60 y 70 aquí hablar de
jazz era hablar solamente de Tete Montoliu y de Pedro Iturralde, y
punto. Y alguno más que había en Barcelona por ahí suelto. No había un
colectivo de músicos de jazz en España". Hay cierto enfado en su tono,
como el de quien se tiene que tragar los errores de otros: "no hubo jazz
hasta el año 85. Tuvimos, como siempre, con respecto a toda Europa un
retraso de 40 años. Porque en el año 45 en Francia, Italia, en
Inglaterra se empezó a tocar jazz después de la guerra. Había orquestas
de jazz. Y en España en el 45 olvídate del jazz: la copla, los coros y
danzas del franquismo".
Tose. Se disculpa. Saca una botellita de agua del bolsillo interno de
la chaqueta. Hace calor, pero no se la quita. Tose otra vez, pero no
perdonará el cigarro al salir a la calle. Como experimentado locutor que
es retoma el hilo al vuelo: "¿Por qué te he dicho el año 85? Yo
recuerdo haber visto en el Palacio de Deportes de Madrid un grupo que
venía capitaneado por el guitarrista valenciano Carlos Gonzálbez, con
tres chicos que yo no sabía quiénes eran, uno era Ramón Cardo, el otro
era Perico Sambeat y el otro era Eladio Reinón. Y me quedé a cuadros
diciendo '¡andáa, y estos tíos tocan y todo, y además bien'. Entonces
empecé a darme cuenta de que todos los años aparecía gente nueva. Chano
Domínguez, Iñaki Salvador, Albert Bover... Y bueno, tuve que empezar a
hacer ejercicios de memoria para aprenderme los nombres de un montón de
tíos que empezaron. Porque a partir del 85, cuarenta años después,
empezamos a crear un colectivo de músicos de jazz que ahora es
importante". Ahora ya le cambia la expresión de una cara sin arrugas que
cede terreno al orgullo: "de todas las escuelas de música de España
todos los años salen promociones de chavales que tocan un mazo, pero
mucho". Porque El Cifu es joven y por eso puede decir mazo.
Se le ve suelto al chico septuagenario. Se explaya sin vacilar, sin
dar rodeos. Quizá sea porque tiene cierta autoridad ganada por una larga
carrera profesional, o quizá porque siempre ha sido así de claro. El
Cifu, cuando habla, se muestra honesto y se desentiende de tapujos
aunque toque un tema que pueda herir ciertas sensibilidades: "la escena
es catalana, Madrid siempre ha estado muy por detrás. Barcelona ha sido
siempre la gran abanderada del jazz en este país desde los años treinta,
de antes de la guerra. Barcelona siempre ha estado a millas por delante
de Madrid desde el punto de vista de clubes, organización, festivales. Y
ha tenido más atención a ciertas cosas culturales. Los clubs de Madrid
contratan a músicos de fuera porque atrae gente, y los músicos de allí
están pasándolo mal. Tienen bolos dispersos por otras ciudades, es
patético".
La voz del jazz en España cuenta que conseguimos meter la nariz en
Europa cuando Chano Domínguez se alzó como uno de los grandes, al ir a
París, a Nueva York, cuando Marsalis lo invitó a tocar: "ahí la gente
empezó a darse cuenta de que España tiene músicos que funcionan. Como
Perico Sambeat que va a París o Londres y los clubes le abren las
puertas porque saben perfectamente lo bueno que es".
Ya se alinearon los relojes. Ya tenemos músicos. Escuelas. Jazz. Y un
'pero' gigante: "hay un colectivo de músicos de jazz buenísimo con el
gravísimo problema. Decimos qué bien, cuántos chicos y qué bien tocan, y
se ve que están bien preparados, pero llega la pregunta del millón '¿y
dónde tocan?'. Porque dime tú a mí, en una zona como esta, que músicos
hay unos cuantos, se tienen que ir fuera porque aquí hay, un par de
clubs, el Jimmy Glass, y el Mercedes. ¿Y qué más? ¿Con esto vas a dar de
comer a todos los músicos valencianos de jazz que hay? Se van a
Barcelona, Madrid, a otro sitio. O acaban tocando en otras cosas".
El Cifu en Jazz entre amigos.
El tono serio se mezcla con la incredulidad al intentar resolver la
pregunta de por qué no se ha conseguido consolidar un circuito estable
de jazz que conecte toda la escena española: "se está intentando desde
hace años pero no se pone nadie de acuerdo. Si hubiese un circuito donde
se juntaran a lo largo y ancho del país unos cuarenta o cincuenta
locales.... uno en cada provincia, por lo menos, como el Café España de
Valladolid o el Café Latino de Ourense, Dado Dadá de Santiago de
Compostela, clubs de Barcelona, de aquí de Valencia, Sevilla, Málaga...
Haces un circuito con unas personas que están de acuerdo en ser miembros
y te viene un grupo y le dices que tiene una gira de 50 bolos. Pero que
se comprometan los clubes, efectivamente, a contratar a esos grupos. Se
ha intentado y no hay manera, no sé qué pasa, que no funciona". Aunque
tampoco hay que redimirse de toda responsabilidad: "los propios músicos
españoles tampoco se esfuerzan mucho, y te lo reconocen, que la culpa
algunas veces es de ellos, que no se preocupan en promocionarse. De
momento están en a ver cómo pueden sacar un bolo aquí, otro allí. Que no
es para tirar cohetes".
¿Y las instituciones, qué pasa con ellas? Con esta palabra se le
aprieta la tuerca al Cifu y no se corta un pelo: "a las instituciones
les importa un carajo la cultura. Y con los que están ahora, perdóname,
menos todavía. La cultura no interesa, y menos a la derecha, entre otras
cosas porque si la gente se cultiva y piensa, es malo. Más vale que no
piensen. Las instituciones, pero muy mal. La atención a la cultura que
tiene este país es absolutamente nefasta, inexistente y vergonzosa". Se
calla, deja unos segundos y añade: "las instituciones cero, aunque hay
excepciones. El Ayuntamiento de Xàbea, por ejemplo, patrocina su
festival de jazz todos los meses de agosto con dos narices". Aplaude y
levanta un poco el culillo de la silla. Dice que es una ovación cerrada.
Y es que el Cifu tiene guasa.
Aunque se le conoce por su faceta mediática, Juan Claudio Cifuentes
estuvo durante diecinueve años dentro del embudo discográfico: "hice lo
que pude para que me dejaran sacar discos de jazz, cosa que era difícil
porque los propios dueños de esas compañías- estamos hablando de
compañías españolas como Hispabox o Movieplay en donde estuve de
director internacional- no los conocían. El jefe de ventas te decía 'es
que el jazz no se vende' y yo le decía 'no, el que no sabes vender jazz
eres tú'. Era la gran discusión". Este peleón del jazz todavía se cabrea
un poco al recordar aquellos días: "te dejaban sacar un disco al mes.
Ya te digo, en aquella época había desconfianza absoluta del potencial
del jazz como música vendible porque no se esforzaban. Llegaba el jefe
de ventas a la tienda de discos y decía 'Karina, ponme 200, Perales... Y
este, jazz, de ese ponme dos'. El de la tienda de discos no tiene ni
idea, cosa que debía suplir el vendedor diciendo '¿no conoces a este
músico? Es un pianista acojonante'. Pero eso no lo hacían porque el
vendedor no tenía tampoco ni puta idea del jazz, entonces estamos
hablando de coger un disco ponerlo ahí y si alguien pasa, un aficionado
loco, dice '¡wow!', lo coge y lo compra. Y a lo mejor no reponían.
Vergonzoso".
Ha vivido de la música sin ser músico. Ha amado el jazz, y sigue
haciéndolo, como cualquier músico. Jazz porque sí es su metonímico
estandarte, porque él es el programa. Cuarenta años hace ya desde que
encendió el micro. Ahora se recrea, también, en A todo Jazz de Radio3.
Y, aunque la tele estuvo bien en su día, no le acaba de convencer. Queda
algo de resentimiento por la desaparición sin previo aviso del mítico
programa de TVE2, Jazz entre amigos que tuvo siete años de fiel
audiencia: "me quedo con la radio. La tele estuvo bien en su momento,
pero ahora es impensable, con esto del share. Se terminó en el 92 cuando
llegaron las privadas, alguien pensó que había que hacer una
limpieza... En la radio, mal que bien, se puede seguir, como Radio
Clásica tiene ese sentido de la eternidad... yo estoy en Radio Clásica
como un marciano. Yo y el de flamenco. Los dos raritos. Los demás son
todos Bach,Mozart, Mahler, Schubert... Y bueno, estando ahí, como no
molestas, te van cambiando de día, de hora... pero ahí estás".
Ahí está él para seguir ejerciendo una importante labor didáctica. Se
lo dicen muchas veces: "si yo estoy en esto es por ti". La satisfacción
se dibuja tremenda porque lo ha hecho a su manera durante toda la vida.
Porque El Cifu es un joven con estilo y temperamento, de principios
nítidos, a quien le gusta el calor de la cercanía y pasa de las
grandilocuencias de los premios de renombre: "el reconocimiento del otro
día en Vitoria fue bastante más emotivo, y lo dije así, agradeciendo el
homenaje que me dieron. Me emocioné. Cosa que no pasó cuando me dieron
el Ondas. Para mí fue una entrega radiofónicamente técnica. La Cadena
Ser, Palau de la Música, traje y corbata, locutores: sales ahí, das las
gracias, y te llevas el trofeo. Lo de Vitoria fue en familia, los
amigos, vino gente del pueblo donde suelo veranear... Me sentí bastante
más emocionado".
En la actualidad conduce Jazz porque sí. RNE
Arquea las manos, busca la paridad de los dedos y empieza a juntar y
separar las yemas, se nota que esto es lo que menos le gusta contar
desde que empezó la conversación: "tampoco quiero hablar de ello, estoy
encantado, honrado y emocionado de que me hagan esto por mi trabajo. Se
agradece pensar que no ha sido inútil del todo el tema, porque lo haces
sin darte cuenta de que vas dejando semillas. Me escribe un chaval de 13
años que estudia saxofón y me dice 'me gustaría que usted me
aconsejara'. Es muy bonito eso. Merece la pena seguir si eso es así".
Le suena el móvil. Muy corporativo él, lleva Milestones- sintonía de
Jazz porque sí-. Calla la trompeta, contesta rápido para decir que ya
está casi, que ya bajamos. Que El Cifu es un hombre cortés y habla de
'nosotros', no de 'yo'. Continúa diciendo que nunca ha querido que lo
califiquen de crítico porque sólo pone lo que le gusta: "Si hay algo que
no me gusta, no lo pongo. ¿Pues qué soy? Comentarista. Eso es lo que
quiero que escribas".
Aunque Juan Claudio Cifuentes sepa lo que pasa en el mundo del jazz
de hoy y lo beba cada día, se decanta de forma no confesa por la gloria
de la primera mitad del S.XX. Y no lo dice claramente, pero no es
difícil de intuir a través de sus palabras que para él un tiempo pasado
fue mejor: "hay veces que no lo entiendo, o no estoy de acuerdo, lo que
no quiere decir que yo no reconozca que el tío es un músico como la copa
de un pino, pero lo que toca no me emociona. Hay tíos que hacen cosas
muy raras, o que para mí son muy raras. A lo mejor es mi problema".
¿Por ejemplo? Cifuentes saca un hombre al instante, no le hace falta
pensar: "Jan Garbarek. Sí, es un saxofonista acojonante, toca bonito,
una técnica que te mueres y tralará. Pero te puedo decir que no lo
soporto. ¿Por qué? En el último concierto de Garbarek me dormí en el
hombro de mi vecino. ¡¡¡Un aburrimiento!!! Para mí, porque había gente
que decía 'ah, ¡qué bonito! ¡Qué concierto!'. Y yo pensaba '¿has
entendido algo?'. No lo sé, igual soy yo el que no entiende, y
probablemente sea mía la culpa".
El gusto de Cifu conecta directamente con las sensaciones. Dice que
le da igual la técnica, que necesita que le den un soplo directo de
entusiasmo. Que tengan gracia, como aquel primerizo Miles Davis al que
tocando con Parker "se le resbalaban los pistones". Lo que capta la
atención y el alma de Cifu es todo lo que consiga tocarle la fibra
sensible. Empieza un leve balanceo y dice que lo principal es el swing:
"que sea de lo que cuando tú estés escuchando estés haciendo así¬-
baila- con el pie o con la cabeza. Si no, olvídate. Si es encefalograma
plano yo no comulgo. Necesito el punto de pensar que no hay quién
aguante sentado, y te pones de pie y empiezas a moverte". Sí, tiene muy
presente el sentido del swing, por eso sus niñas bonitas son las grandes
Big Band de todos los tiempos: Duke Ellington, Count Basie y Woody
Herman. "Esas tres no me las quita nadie de la cabeza", y mira por
encima de las gafas como diciendo 'de aquí no me muevo'.
Cifuentes no puede evitarlo, se emociona, podría echarle unas cuantas
horas al tema, pero ya es tarde. Se levanta airoso de la silla, como si
estuviera oyendo la orquesta de Count Bassie de fondo, y se prepara,
apuesto, para la foto. Ahí está, delgadillo polvorín. El hombre que
apuntala con desenvuelto acento inglés el nombre de cada jazzman. Que
tararea solos con fechas exactas de memoria. Que improvisa de palabra.
Ahí está, un adolescente loco por continuar persiguiendo las faldas del
jazz.