viernes, 27 de abril de 2012

El Cifu: “Con el jazz tuvimos, como en todo, un retraso de 40 años con respecto a toda Europa”




Juan Claudio Cifuentes, El Cifu: “Con el jazz tuvimos, como en todo, un retraso de 40 años con respecto a toda Europa”

Marta Ramón divendres

Es uno de los emblemas del jazz en España, tanto por edad como por experiencia. Su voz ha contado la historia de este género desde hace más de cuarenta años a través de la radio, la tele y el papel. E inevitablemente, él ya forma parte del relato.


Le encanta hablar. Es incansable. El bigotillo blanco que le pinta el labio habla con él. Incluso ya, de tanto escuchar, tiene swing. Está mayor, pero lo disimula muy bien. Y es que la voz y el carácter son los mismos que cuando era barba morena lo que tenía, y también pelo. El Cifu se acaba de ventilar casi dos horas de conferencia sobre los trompetistas de la historia del jazz y todavía le queda lengua: "me aficioné al jazz porque de pequeñito, con nueve o diez años, había un programa de jazz en la radio que yo escuché un día y me hizo gracia. Ya sabes, cuando oyes algo que te gusta, que te engancha y todas las semanas sintonizas". Así, uno se lo supone como al niño de Días de radio (Woody Allen, 1987), con el bicho siempre en marcha de aquí para allá.

El París de los años cuarenta lo vio nacer y le llovió jazz. Sus padres tenían un gramófono antiguo en casa, lo recuerda haciendo una demostración de la escena de infancia dándole vueltas a una manivela imaginaria. Su padrino sabía que quería escuchar discos y a los once le hizo el regalo que detonaría las horas y horas de jazz que muchos disfrutarían después a través de él: "me regaló lo que entonces se llamaba electrophone, como una maleta con dos botones. Venía con un disco de jazz, la banda sonora de la película la historia de Glenn Miller que protagonizaba James Stewart. Todos los grandes éxitos de Glenn Miller... me lo escuché cerca de cuatro millones de veces, porque no tenía otro, hasta que me lo sabía de memoria al revés".

Juan Claudio Cifuentes habla de aquellos años como si poco tiempo hubiera pasado. Porque él es joven. Igual que cuando hacía sus primeros pinitos sentado en la batería de un grupo de Dixieland. Toma pose, abre un poco las piernas y simula una pauta rítmica- "tun cutun tun cu tucu cutun"-. Iban a tocar a los bailes de fin de curso con el liceo de chicas y no es que fuera específicamente maravilloso, según dice, pero algo hacía. Allí aprendería a tocar la batería y a ser el galán que es. El Cifu es un caballero menudo y resultón cuando va vestido de negro. Se adelanta unos pasos para abrir la puerta y se dirige a ti con un amable 'señorita' que intercambia de vez en cuando por tu nombre bien aprendido para demostrar que te tiene en cuenta. También sabe cómo piropear de forma simpática. El Cifu es un chaval.

"En Francia se podía alquilar un instrumento, ibas a una casa de instrumentos musicales, pagabas un depósito al mes. Yo tenía la batería alquilada. Pero, claro, llegué a España y se acabó el tema. Llegué aquí, fui a una tienda de música en Madrid y les pregunté '¿alquilan ustedes baterías?' y me miraron como si fuera un extraterrestre porque no sabían lo que era eso. Y me dijeron 'no, si usted quiere una batería tiene que comprarla'. Bueno, en el año 61 30.000 pelas era un dinero que yo no iba a ver en años. Así que imposible", se desprende la desilusión que todavía le genera ese recuerdo, un sentimiento que sabe todo músico que ha de pasar un tiempo sin tocar. La indignación de Cifuentes está ahora asumida como anécdota, aunque el eco que resuena en la risilla con la que explica aquel Madrid de los años 60 da a entender que en su día estuvo jodido: "en la Facultad pregunté si había actividades musicales, porque en Francia en la Facultad de Derecho- en la que hice un curso antes de venir a España- había una orquesta de jazz. Y me dijeron 'sí, sí, hay actividades musicales, ahí al fondo del pasillo a la derecha'. Abrí la puerta y era la tuna. Aquello fue la segunda frustración de lo que podría haber sido mi carrera de músico".

Pero Cifuentes, presumiblemente tozudo y persistente, necesitaba jazz y finalmente consiguió enterarse de que en el barrio Salamanca había un club: "me dijeron del Whiskey Jazz Club e inmediatamente busqué dónde estaba. Allí me encontré con Tete Montoliu. Aquella noche me hice amigo de Tete para siempre. Y así, bueno, por lo menos tenía jazz. Venía gente maja".

Al recordar aquellos años de la nada le suben los colores y su indignación se torna ácida: "en la década de los 60 y 70 aquí hablar de jazz era hablar solamente de Tete Montoliu y de Pedro Iturralde, y punto. Y alguno más que había en Barcelona por ahí suelto. No había un colectivo de músicos de jazz en España". Hay cierto enfado en su tono, como el de quien se tiene que tragar los errores de otros: "no hubo jazz hasta el año 85. Tuvimos, como siempre, con respecto a toda Europa un retraso de 40 años. Porque en el año 45 en Francia, Italia, en Inglaterra se empezó a tocar jazz después de la guerra. Había orquestas de jazz. Y en España en el 45 olvídate del jazz: la copla, los coros y danzas del franquismo".

Tose. Se disculpa. Saca una botellita de agua del bolsillo interno de la chaqueta. Hace calor, pero no se la quita. Tose otra vez, pero no perdonará el cigarro al salir a la calle. Como experimentado locutor que es retoma el hilo al vuelo: "¿Por qué te he dicho el año 85? Yo recuerdo haber visto en el Palacio de Deportes de Madrid un grupo que venía capitaneado por el guitarrista valenciano Carlos Gonzálbez, con tres chicos que yo no sabía quiénes eran, uno era Ramón Cardo, el otro era Perico Sambeat y el otro era Eladio Reinón. Y me quedé a cuadros diciendo '¡andáa, y estos tíos tocan y todo, y además bien'. Entonces empecé a darme cuenta de que todos los años aparecía gente nueva. Chano Domínguez, Iñaki Salvador, Albert Bover... Y bueno, tuve que empezar a hacer ejercicios de memoria para aprenderme los nombres de un montón de tíos que empezaron. Porque a partir del 85, cuarenta años después, empezamos a crear un colectivo de músicos de jazz que ahora es importante". Ahora ya le cambia la expresión de una cara sin arrugas que cede terreno al orgullo: "de todas las escuelas de música de España todos los años salen promociones de chavales que tocan un mazo, pero mucho". Porque El Cifu es joven y por eso puede decir mazo.

Se le ve suelto al chico septuagenario. Se explaya sin vacilar, sin dar rodeos. Quizá sea porque tiene cierta autoridad ganada por una larga carrera profesional, o quizá porque siempre ha sido así de claro. El Cifu, cuando habla, se muestra honesto y se desentiende de tapujos aunque toque un tema que pueda herir ciertas sensibilidades: "la escena es catalana, Madrid siempre ha estado muy por detrás. Barcelona ha sido siempre la gran abanderada del jazz en este país desde los años treinta, de antes de la guerra. Barcelona siempre ha estado a millas por delante de Madrid desde el punto de vista de clubes, organización, festivales. Y ha tenido más atención a ciertas cosas culturales. Los clubs de Madrid contratan a músicos de fuera porque atrae gente, y los músicos de allí están pasándolo mal. Tienen bolos dispersos por otras ciudades, es patético".

La voz del jazz en España cuenta que conseguimos meter la nariz en Europa cuando Chano Domínguez se alzó como uno de los grandes, al ir a París, a Nueva York, cuando Marsalis lo invitó a tocar: "ahí la gente empezó a darse cuenta de que España tiene músicos que funcionan. Como Perico Sambeat que va a París o Londres y los clubes le abren las puertas porque saben perfectamente lo bueno que es".

Ya se alinearon los relojes. Ya tenemos músicos. Escuelas. Jazz. Y un 'pero' gigante: "hay un colectivo de músicos de jazz buenísimo con el gravísimo problema. Decimos qué bien, cuántos chicos y qué bien tocan, y se ve que están bien preparados, pero llega la pregunta del millón '¿y dónde tocan?'. Porque dime tú a mí, en una zona como esta, que músicos hay unos cuantos, se tienen que ir fuera porque aquí hay, un par de clubs, el Jimmy Glass, y el Mercedes. ¿Y qué más? ¿Con esto vas a dar de comer a todos los músicos valencianos de jazz que hay? Se van a Barcelona, Madrid, a otro sitio. O acaban tocando en otras cosas".cifuEl Cifu en Jazz entre amigos.

El tono serio se mezcla con la incredulidad al intentar resolver la pregunta de por qué no se ha conseguido consolidar un circuito estable de jazz que conecte toda la escena española: "se está intentando desde hace años pero no se pone nadie de acuerdo. Si hubiese un circuito donde se juntaran a lo largo y ancho del país unos cuarenta o cincuenta locales.... uno en cada provincia, por lo menos, como el Café España de Valladolid o el Café Latino de Ourense, Dado Dadá de Santiago de Compostela, clubs de Barcelona, de aquí de Valencia, Sevilla, Málaga... Haces un circuito con unas personas que están de acuerdo en ser miembros y te viene un grupo y le dices que tiene una gira de 50 bolos. Pero que se comprometan los clubes, efectivamente, a contratar a esos grupos. Se ha intentado y no hay manera, no sé qué pasa, que no funciona". Aunque tampoco hay que redimirse de toda responsabilidad: "los propios músicos españoles tampoco se esfuerzan mucho, y te lo reconocen, que la culpa algunas veces es de ellos, que no se preocupan en promocionarse. De momento están en a ver cómo pueden sacar un bolo aquí, otro allí. Que no es para tirar cohetes".

¿Y las instituciones, qué pasa con ellas? Con esta palabra se le aprieta la tuerca al Cifu y no se corta un pelo: "a las instituciones les importa un carajo la cultura. Y con los que están ahora, perdóname, menos todavía. La cultura no interesa, y menos a la derecha, entre otras cosas porque si la gente se cultiva y piensa, es malo. Más vale que no piensen. Las instituciones, pero muy mal. La atención a la cultura que tiene este país es absolutamente nefasta, inexistente y vergonzosa". Se calla, deja unos segundos y añade: "las instituciones cero, aunque hay excepciones. El Ayuntamiento de Xàbea, por ejemplo, patrocina su festival de jazz todos los meses de agosto con dos narices". Aplaude y levanta un poco el culillo de la silla. Dice que es una ovación cerrada. Y es que el Cifu tiene guasa.

Aunque se le conoce por su faceta mediática, Juan Claudio Cifuentes estuvo durante diecinueve años dentro del embudo discográfico: "hice lo que pude para que me dejaran sacar discos de jazz, cosa que era difícil porque los propios dueños de esas compañías- estamos hablando de compañías españolas como Hispabox o Movieplay en donde estuve de director internacional- no los conocían. El jefe de ventas te decía 'es que el jazz no se vende' y yo le decía 'no, el que no sabes vender jazz eres tú'. Era la gran discusión". Este peleón del jazz todavía se cabrea un poco al recordar aquellos días: "te dejaban sacar un disco al mes. Ya te digo, en aquella época había desconfianza absoluta del potencial del jazz como música vendible porque no se esforzaban. Llegaba el jefe de ventas a la tienda de discos y decía 'Karina, ponme 200, Perales... Y este, jazz, de ese ponme dos'. El de la tienda de discos no tiene ni idea, cosa que debía suplir el vendedor diciendo '¿no conoces a este músico? Es un pianista acojonante'. Pero eso no lo hacían porque el vendedor no tenía tampoco ni puta idea del jazz, entonces estamos hablando de coger un disco ponerlo ahí y si alguien pasa, un aficionado loco, dice '¡wow!', lo coge y lo compra. Y a lo mejor no reponían. Vergonzoso".

Ha vivido de la música sin ser músico. Ha amado el jazz, y sigue haciéndolo, como cualquier músico. Jazz porque sí es su metonímico estandarte, porque él es el programa. Cuarenta años hace ya desde que encendió el micro. Ahora se recrea, también, en A todo Jazz de Radio3. Y, aunque la tele estuvo bien en su día, no le acaba de convencer. Queda algo de resentimiento por la desaparición sin previo aviso del mítico programa de TVE2, Jazz entre amigos que tuvo siete años de fiel audiencia: "me quedo con la radio. La tele estuvo bien en su momento, pero ahora es impensable, con esto del share. Se terminó en el 92 cuando llegaron las privadas, alguien pensó que había que hacer una limpieza... En la radio, mal que bien, se puede seguir, como Radio Clásica tiene ese sentido de la eternidad... yo estoy en Radio Clásica como un marciano. Yo y el de flamenco. Los dos raritos. Los demás son todos Bach,Mozart, Mahler, Schubert... Y bueno, estando ahí, como no molestas, te van cambiando de día, de hora... pero ahí estás".

Ahí está él para seguir ejerciendo una importante labor didáctica. Se lo dicen muchas veces: "si yo estoy en esto es por ti". La satisfacción se dibuja tremenda porque lo ha hecho a su manera durante toda la vida. Porque El Cifu es un joven con estilo y temperamento, de principios nítidos, a quien le gusta el calor de la cercanía y pasa de las grandilocuencias de los premios de renombre: "el reconocimiento del otro día en Vitoria fue bastante más emotivo, y lo dije así, agradeciendo el homenaje que me dieron. Me emocioné. Cosa que no pasó cuando me dieron el Ondas. Para mí fue una entrega radiofónicamente técnica. La Cadena Ser, Palau de la Música, traje y corbata, locutores: sales ahí, das las gracias, y te llevas el trofeo. Lo de Vitoria fue en familia, los amigos, vino gente del pueblo donde suelo veranear... Me sentí bastante más emocionado".
 1239732598174En la actualidad conduce Jazz porque sí. RNE
Arquea las manos, busca la paridad de los dedos y empieza a juntar y separar las yemas, se nota que esto es lo que menos le gusta contar desde que empezó la conversación: "tampoco quiero hablar de ello, estoy encantado, honrado y emocionado de que me hagan esto por mi trabajo. Se agradece pensar que no ha sido inútil del todo el tema, porque lo haces sin darte cuenta de que vas dejando semillas. Me escribe un chaval de 13 años que estudia saxofón y me dice 'me gustaría que usted me aconsejara'. Es muy bonito eso. Merece la pena seguir si eso es así".

Le suena el móvil. Muy corporativo él, lleva Milestones- sintonía de Jazz porque sí-. Calla la trompeta, contesta rápido para decir que ya está casi, que ya bajamos. Que El Cifu es un hombre cortés y habla de 'nosotros', no de 'yo'. Continúa diciendo que nunca ha querido que lo califiquen de crítico porque sólo pone lo que le gusta: "Si hay algo que no me gusta, no lo pongo. ¿Pues qué soy? Comentarista. Eso es lo que quiero que escribas".

Aunque Juan Claudio Cifuentes sepa lo que pasa en el mundo del jazz de hoy y lo beba cada día, se decanta de forma no confesa por la gloria de la primera mitad del S.XX. Y no lo dice claramente, pero no es difícil de intuir a través de sus palabras que para él un tiempo pasado fue mejor: "hay veces que no lo entiendo, o no estoy de acuerdo, lo que no quiere decir que yo no reconozca que el tío es un músico como la copa de un pino, pero lo que toca no me emociona. Hay tíos que hacen cosas muy raras, o que para mí son muy raras. A lo mejor es mi problema".

¿Por ejemplo? Cifuentes saca un hombre al instante, no le hace falta pensar: "Jan Garbarek. Sí, es un saxofonista acojonante, toca bonito, una técnica que te mueres y tralará. Pero te puedo decir que no lo soporto. ¿Por qué? En el último concierto de Garbarek me dormí en el hombro de mi vecino. ¡¡¡Un aburrimiento!!! Para mí, porque había gente que decía 'ah, ¡qué bonito! ¡Qué concierto!'. Y yo pensaba '¿has entendido algo?'. No lo sé, igual soy yo el que no entiende, y probablemente sea mía la culpa".

El gusto de Cifu conecta directamente con las sensaciones. Dice que le da igual la técnica, que necesita que le den un soplo directo de entusiasmo. Que tengan gracia, como aquel primerizo Miles Davis al que tocando con Parker "se le resbalaban los pistones". Lo que capta la atención y el alma de Cifu es todo lo que consiga tocarle la fibra sensible. Empieza un leve balanceo y dice que lo principal es el swing: "que sea de lo que cuando tú estés escuchando estés haciendo así¬- baila- con el pie o con la cabeza. Si no, olvídate. Si es encefalograma plano yo no comulgo. Necesito el punto de pensar que no hay quién aguante sentado, y te pones de pie y empiezas a moverte". Sí, tiene muy presente el sentido del swing, por eso sus niñas bonitas son las grandes Big Band de todos los tiempos: Duke Ellington, Count Basie y Woody Herman. "Esas tres no me las quita nadie de la cabeza", y mira por encima de las gafas como diciendo 'de aquí no me muevo'.

Cifuentes no puede evitarlo, se emociona, podría echarle unas cuantas horas al tema, pero ya es tarde. Se levanta airoso de la silla, como si estuviera oyendo la orquesta de Count Bassie de fondo, y se prepara, apuesto, para la foto. Ahí está, delgadillo polvorín. El hombre que apuntala con desenvuelto acento inglés el nombre de cada jazzman. Que tararea solos con fechas exactas de memoria. Que improvisa de palabra. Ahí está, un adolescente loco por continuar persiguiendo las faldas del jazz.

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